Reloj

miércoles, 23 de abril de 2014

Cuando la maldad acecha

La mañana empezaba a nacer de la noche. El sol todavía no se había levantado. Los pájaros aún en  nido, las ardillas en su madriguera y las abejas en su colmena.
Ellos entraron en silencio, como gato acechando a presa. Portadores de maldad, sesgaron la vida de mis padres antes de lo que una hoja cae del árbol al frió suelo de invierno. Almas consumidas por corazones negros y cerebros vacíos, ataron a mi hermana y a mí como si cerdos en matanza fuéramos. Sus ojos negros y oscuros se clavaban como pequeños alfileres en mi piel, mientras unas bolsas de tela en la cabeza nos privaban de despedirnos por última vez de los cuerpos tendidos en el suelo de mis padres, una vez llenos de vida y sueños.
Los motores rugían, parecían sedientos de sangre.
Yo no entendía por qué se metían con nosotros, mis padres eran humildes granjeros que al cantar de los pájaros salían a ordeñar las vacas para tener algo que llevarnos al estómago, sin más posesiones que la fortaleza de su juventud.
El coche paró, las voces se colaban entre las bolsas de tela hasta mis oídos, no entendía su idioma. Nos sacaron del interior como si con bestias lidiaran, nos quitaron las bolsas de tela y la luz fue penetrando en nuestros ojos tímida y pausadamente.
A penas el sol asomaba por la colina cuando de pronto un muro delante parecía desafiarme. Nos introdujeron al interior. El muro se perdía entre los misterios del horizonte y mi hermana gritaba como cría separada de madre. Jamás podría haber pensado que ese grito sería lo último que escucharía de ella en este mundo.
Un hierro sacado del mismísimo infierno me marcó como burdo criminal.
No les di el placer de verme llorar mientras sus frías y duras manos golpeaban mi carne ilesa hasta ese momento. Entre golpes, llegué a entender antes de que mi cuerpo se rindiera, dos únicas palabras ¡MALDITO JUDÍO!
Desperté entre mares de desgraciados como yo, apilados y sin comida pasábamos días, llenos de miedo y tristeza. 
Tales eran las torturas que hasta nos empezábamos a odiar a nosotros mismos por existir.
Se propusieron despojarnos de nuestra dignidad, y lo consiguieron. Se propusieron despojarnos de nuestra identidad, y lo consiguieron. Se propusieron despojarnos de nuestra libertad, y fracasaron porque aunque mi cada vez más frágil cuerpo estaba a su merced, mi mente volaba y soñaba con pájaros y caballos blancos galopando por las plateadas colinas gracias al efecto lunar, y eso me mantenía aún con vida.
En mi barracón una vez a la semana salía gente con doctores de mirada lúgubre y batas blancas, les llamábamos los liquidadores, pues nunca regresaba nadie.
Una fría noche vinieron los doctores, pero esta vez era distinto, venían acompañados por hombres pistola que movilizaron a todo el barracón hacia unos cuartos blancos y con baldosas brillantes. Por un momento sentí que mi liberación estaba cerca.
Dijeron que entráramos a las duchas que era hora de la limpieza, eran duchas grandes, donde parecía que podían entrar ejércitos enteros. Cerraron las puertas, salieron gases y mientras mi mirada se ennegrecía y veía caer a mis compañeros de tormento a mi alrededor, justo antes de acompañarles en la caída, sentí que mis sueños parecían revivir y que galopaba con los caballos blancos por las praderas plateadas por la luz de la luna.
No quiero que sientan lástima por mí, pues estoy con mis padres y hermana en el reino de los cielos juntos de nuevo.
Siento lástima por ellos, pues el mal que una vez dieron ahora les está revirtiendo como boomerang lanzado.