Reloj

viernes, 16 de mayo de 2014

El galeón que viajaba a las Amércias

Poco  a poco el galeón avanzaba dirección a las Américas por las rutas comerciales, imponente y orgulloso parecía despertar la envidia y el complejo de aquellos barcos que se topaban con él y observaban su belleza.
3 velas nacían de su casco, estaban alineadas y parecían imposibles de derribar, siendo la del medio la más alta de las 3 y donde el oteador avistaba tierra o barcos enemigos.
Tan orgulloso estaba de si mismo que cada vez que veía su propio reflejo en las cristalinas aguas del océano atlántico quedaba eclipsado.
Aparte de las 3 enormes y hermosas velas, contaba con un casco rudo y fuerte hecho de la mejor madera de la península ibérica y perfectamente ensamblado parecía infranqueable.
Nuestro galeón era el orgullo de la marina española y había salido victorioso y casi ileso de innumerables enfrentamientos con los piratas, habiendo dejado sus barcos durmiendo en el lecho marino.
Un día nadando por aguas caribeñas y encaminado ya hacia el puerto de la Habana, se topa con un adversario mucho más fuerte que los corsarios, una tormenta tropical.
El mar parecía revelarse contra su señorío y una tras otra, las olas abofeteaban su tan impoluto casco, deformándolo y agrietándolo mientras la tripulación corría como hormiguitas por la cubierta.
El galeón por primera vez se sentía débil y frágil y tras unos minutos de estado de shock, en un ataque de humildad intentó ayudar a la tripulación a mantenerse a flote a cualquier precio.
Su cuerpo crujía y se tambaleaba por el maltrato que estaba ejerciendo el mar contra él, mientras que un rayo partía en 2 su vela mayor como si de un barco de juguete se tratara.
La tripulación luchaba por salvarse del naufragio mientras él movido por su ego, lloraba gotas de mar salidas de su agrietado casco.
La tormenta se fue alejando y el barco seguía llorando lágrimas de mar que contrastando con la emoción de la tripulación que celebraba haberse salvado de un naufragio seguro.
Magullado y herido en el orgullo fué entrando en el puerto. Sin su vela mayor y con el casco dañado, se había convertido de cisne en patito feo y oía los cuchicheos de los demás barcos amarrados sintiendo sus burlas.
De repente el sol de tarde iluminó la bahía cubana y reflejó de espaldas a nuestro galeón que parecía fusionarse con la luz como si de oro estuviera hecho, dejando a los barcos amarrados impresionados y siendo conscientes de que no había perdido su belleza y siendo conscientes de que en un enfrentamiento directo pese a que estaba dañado seguía siendo capaz de mandarlos con los peces.


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